sábado, 28 de noviembre de 2015

EL BIEN Y EL MAL


EL BIEN Y EL MAL



“El bien” es todo aquello que hace lo que necesita y conviene al ser humano para su desarrollo y evolución, y “El mal” es todo lo contrario: la negación de lo que es y conviene al ser humano en su aceptación y comprensión de sí mismo y su entorno.

El solo hecho de pensar que una cosa “mala y cruel” pueda ser útil, es ya de por si un pensamiento “inmoral” y “perverso” en cualquier comportamiento humano.

No se puede y menos se debe usar la justificación de actos de  maldad y crueldad, como seña de identidad y diferencia, o como un fin. Es un engaño en sí mismo.

El ser humano ha estado y está en un momento crítico, siempre, es la búsqueda, por naturaleza, de su identidad como ser pensante. Por un lado su capacidad de entendimiento hoy parece más desarrollada, ahora bien, del mismo modo hay una parte confundida en el significado de ese desarrollo. Se confunde desarrollo con inventos para uso y bienestar material, pero en la capacidad de exteriorizar y compartir  la creatividad de la que dispone, olvida lo más importante… la del conocimiento de sí mismo, y por ende la de sus semejantes.

Reflexionemos un momento.

Insistiendo en mi concepto de que somos seres únicos, debemos saber diferenciar tanto tiempos como circunstancias individuales, dentro de sociedades también muy desiguales.
Así como para los occidentales, contabilizamos veinte siglos de historia, en otras zonas del planeta contabilizan bastantes más. La evolución y desarrollo de cada una de las civilizaciones nos ha llevado por caminos diferentes: guerras, conquistas, religiones, cada raza etnia o grupo creía y cree estar en poder de la verdad más absoluta, sin importarle realmente el humano en sí y sobre todo no se aprecia lo que realmente significa “la vida”. ¿Y hoy siglo XXI que ocurre?, pues ocurre que estamos igual. Luchas internas y externas. Imposición de voluntades. Intereses materiales. Competitividad. Manipulación. Subjetividad ante hechos. Mentiras repetitivas. Y así un largo etcétera.

Es más que importante saber diferenciar el “bien” del “mal”, desde su esencia natural (lo que conviene al ser humano, o la ausencia y negación de quien es). La evolución del ser humano depende en gran medida de ese conocimiento.

Razonemos.

El mundo en el habitamos todos los seres humanos, ya marca cierta diversidad, diferencias de toda índole, y esa diversidad lleva a evolucionar de diferentes maneras y sobre todo en tiempos que parecen los mismos, pero sin ser cierto, cada cual tiene sus tiempos, su evolución, su aceptación de quienes son y quienes somos. Para ello hace falta la objetividad, con la templanza debida en el reconocimiento de las diferencias existentes, se conseguirá llegar al entendimiento y evolución general.

Según, al parecer decía Einstein, y con buen criterio, la vida es peligrosa no por los que hacen mal, y son crueles, según mi parecer, sino por aquellos que se sientan a ver qué pasa, o justifican, según mi criterio añadido, acciones crueles.

Nada ni nadie puede imponer voluntades a otro ser, aseverando estar en poder de la verdad absoluta para el bien general. Si además lo hace con violencia y crueldad, deja de ser un “bien” para convertirse en un “mal” absoluto.

Decía alguien, para gustos están los colores. Si en las cosas más sencillas se marcan diferencias, como podemos pensar siquiera por un instante que social, cultural, profesional, y personalmente todos somos iguales.
Hay a quienes les gusta la poesía, otros la rechazan, hay a quien le gusta la novela histórica, otros prefieren la novela de ficción, con la música ocurre otro tanto, y así un sinfín de diferencias. Del mismo modo ocurre cuando el lugar donde has aparecido en este planeta, es tan diferente geográfica y geológicamente; no es igual vivir en sitios cálidos, como en sitios gélidos, en lugares frondosos y fértiles, que en lugares desérticos y abruptos. De ahí las diferentes razas, etnias, culturas y comportamientos. En esa disparidad y el respeto hacia ellas está la evolución de los seres humanos. Sumar, para crear y desarrollar.

Ahora y en este punto yo me hago una pregunta, ¿soy capaz de defenderme ante el mal?, (el mal en su concepto más visible  natural y cotidiano), una agresión física, un insulto, e incluso un atentado a mi más preciado valor y posesión “la vida”. Para ello debo valorar mis capacidades y las del otro, quizá igualmente su momento de evolución y sus condicionantes étnicas y culturales.

Hay quienes se sienten ofendidos llegando incluso a juzgar a otros seres humanos, por el simple hecho de que esos otros, no practiquen o sigan iguales costumbres, creencias o los mismos ritos costumbristas tanto en el ámbito familiar como social, creo esa no es razón para atentar con un “mal” que roza la crueldad; la manipulación y la imposición de lo propio sobre lo del otro. Llegando como por costumbre tienen los humanos, a luchas fratricidas. Al parecer siempre será igual, sino vamos poniendo claridad a nuestra razón de ser.

Buscando algún sentido a esto, soy incapaz de generalizar soluciones. Y mucho menos transmitir consignas como…. Los culpables son…. Si se hiciera esto en vez de…. El amor…. Dar sin esperar nada a cambio…. Acoger…. Palabras, palabras, palabras, que realmente no van a la esencia del problema, saber diferenciar el “bien” del “mal”.

Empiezo analizando ese “mal” como una enfermedad de la que debo desprenderme, siendo sujeto pasivo. Observo cuanto de peligro hay en ella para mi bienestar y la consecución de mi vida, el riesgo en el que confluyo para su solución, y contando con que quizá deba de extirpar de raíz ese mal, perdiendo una parte de mí, para el bien de mí persona y en general.
Como sujeto activo, debo ser capaz de no crear esa enfermedad, teniendo como base de comportamiento, el respeto hacia el otro y la voluntad de crear el bienestar. Lo que es lo mismo, no hacer mal, ni por impulso propio, ni por pertenencia a grupos e ideas de otros.
Es una enfermedad incurable cuando no se sabe situar realmente donde está su origen, y sobre todo dejando que ese mal se reproduzca por ignorancia, seguimiento de ideas o pasividad.

Si empiezo por reconocer desde mi interior el significado de “mal” y “bien”, podré discernir igualmente esas diferencias en el exterior, siempre referidas a comportamientos propios y de otros y yo como ser pensante y libre, para tomar decisiones en la defensa tanto del bienestar como de la propia vida y la ajena.
No dejaré de recordar que el ser humano es tremendamente manipulable, a consecuencia de ser un “Ser” emocional, lleno de miedos y dudas.

No hay peor mal que condicionar o ser condicionados con demagogia, (manipulación de sentimientos), comportamientos y actitudes, con creencias de posesión de verdad absoluta, de soluciones mágicas a problemas individuales o colectivos. De inculcar y generar devociones sin obligaciones, de tener derechos sin responsabilidad y esfuerzo, y así un largo etc.

Ahí está la auténtica enfermedad o mal, la del Alma. Como mínimo, si somos capaces de reconocer la enfermedad del cuerpo y poner remedios para su curación, así debemos defendernos y poner remedio para que el Alma no enferme. Evitar actos violentos, saber de quién nos agrede y porqué sin consideración alguna; ya sea con manipulación psíquica, como con imposiciones y amenazas de daño físico.

Saber diferenciar en su más escrupulosa esencia el “bien” del “mal”. Desde dentro hacia fuera. Claridad ante todo.

El “bien” existe por si mismo, y el “mal” es la ausencia del bien. Es como la obscuridad, no existe en sí misma, es la ausencia de luz. La ausencia de cosas “buenas”, crea cosas “malas”.

Reflexionemos desde nuestra esencia, desde lo más profundo de nuestro interior en el concepto de “bien” y “mal”. Es fácil si nos situamos y observamos nuestro centro motor más receptivo “el corazón”.
El corazón es por naturaleza biológica el centro energético principal de recepción de emociones e impulsor de acciones.

Ahora bien no es nada saludable escuchar y actuar solo desde ese órgano. Hay otra parte igualmente o quizá más, puesto que no es un órgano vital como si es el corazón, que es “la razón”, esa proviene desde nuestra esencia “el alma”.
Por tanto creo que desde el “corazón” sí, pero con la “razón”, es la única manera de saber discernir para la comprensión, la enorme diferencia que existe entre “mal” y “bien”.

No quiero adentrarme en disquisiciones que llevarían a filosofar en exceso de los diferentes porqués de hacer y consentir el “mal”. Habría razones personales y referidas siempre a los momentos presentes y de confusión a nivel general. Eso llevaría además a “justificar” actos o situaciones, por el mero hecho de empatizar sí, pero sin asertividad alguna para su resolución, y sobre todo, a llevar fuera las responsabilidades propias  culpabilizando a otros.

El “bien es el “bien” en sí mismo y el “mal” es la ausencia de “bien”. Esa es la única verdad.

Reflexionen en ello.


La evolución y conocimiento de sí mismo genera la evolución y conocimiento del otro. La responsabilidad de los actos y sus consecuencias deben ser asumidas con humildad y compromiso de rectificación. Generar y exigir “bien”, no aceptando que su ausencia genere “mal”.
Ser Luz para iluminar la obscuridad.